FIRMA INVITADA
Que los poetas canten y hablen del amor suena, quizá, redundante pero, viendo las últimas noticias que llegan desde Moncloa de si valen o no la pena según qué cosas, deberíamos pararnos a pensar en el amor, en si amamos realmente o no lo que hacemos, si amamos o no nuestra vida, si nos vale o no nos vale la pena.
Aunque tenga todas las explicaciones científicas posibles, el amor, como sentimiento, es absolutamente irracional e instantáneo. Uno puede amar a mil personas y a todas y cada una de ellas de una manera diferente a las demás, puede amar unas ideas, puede amar su trabajo, puede amar una ciudad, puede amar un ideal, un sueño incierto; y todo aquello que ama no tiene una explicación ni mucho menos lógica que sugiera la razón por la que se ama.
El amor, hasta el extremo, aunque no suene creíble, en ocasiones, puede tener consecuencias tanto buenas como malas, se mata por amor y se muere por amor. Para el cristiano, Cristo existe y muere por amor; para Shakespeare, Romeo murió por amor a Julieta y Julieta por amor a Romeo; si se repasa la historia de la humanidad, el amor desmedido a unas ideas, a veces, ha tenido consecuencias trágicas; las grandes
canciones, películas, libros, se han hecho por amorSin embargo y pese a todo esto, hemos olvidado la causa centrándonos demasiado en las consecuencias, hemos obviado el antes para solo pensar en el después. Siempre pensando en el después, en lo que va a venir, en lo que podemos ganar y en lo que podemos perder y eso nos ha llevado a ser cómodos, a no arriesgar, a no sentir como es la vida misma la que pasa a nuestro lado, hemos olvidado el Amor para caer en la rutina.
Hemos cambiado el ser por el parecer, y así nos va.
El mundo se ha convertido en la rutina de pasar inadvertidos y de hacer las cosas sin implicarnos en nada.
Podemos, si queremos, entregarnos a la vida, a nuestro trabajo y a las personas que tenemos al lado y ver cómo es posible hacer cosas increíbles, pero nos da miedo. Nos da miedo implicarnos, nos da miedo decirle te quiero a nuestros padres, a nuestros amigos.
Nos da miedo que la vida pase por nosotros en vez de pasar nosotros por la vida.
Nos quejamos continuamente de la falta de oportunidades, de lo rutinaria que es la vida y de lo ordinaria en que se ha odido convertir, pero tampoco nos hemos parado a pensar en qué hacer para cambiarla y nos privamos de ser felices.
Nos privamos de “sentir el viento soplarnos la nuca al borde del precipicio”.
La prueba es fácil: ¿alguien se ha parado alguna vez a ver el provoca en una persona escuchar un ‘te quiero’ sincero? Y más aún, ¿el efecto que provoca el decir un ‘te quiero’ sincero en la propia persona que lo dice?
En una carta se escribió hace mucho tiempo que: “el amor es paciente y bondadoso; no tiene envidia, ni orgullo, ni jactancia. No es grosero, ni egoísta; no se irrita ni lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que encuentra su alegría en la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera”.
Solo hay que poner las noticias para comprobar que todo esto no se cumple: somos impacientes, envidiosos, orgullosos, egoístas, groseros, jactanciosos. Y todo eso nos ha convertido en seres aburridos.
El amor es el único motor que realmente renueva todas las cosas. Si trabajas, ama; si estás con gente, ama; si estás solo, ama; si estudias, ama; si vives, ama. Porque, volviendo al inicio de estas líneas, sí, ilusionarse, entusiasmarse, enamorarse, apasionarse, vale la pena.
Texto: Enrique Galán Gómez
Ilustración: Pérez Indiano