Tras una extensa historia personal y artística, predicando con una voz hecha oración, la vida de esta cantaora ha sido contada pero, sobre todo, escuchada, por las sevillanas calles benditas en su semana más especial. El ayuntamiento de Sevilla ha publicado un libro en su nombre, “Angelita Yruela, relato de vida de una saetera”. Una saetera de origen y raíz. Una mujer apasionada, inquieta y revolucionaria en tiempos masculinos, con un ingenio y una memoria prodigiosa, la que le ha permitido brillar con todas sus letras.
Medalla de Oro e Hija Predilecta de Sevilla en el año 2020 y distinguida con el premio “El Llamador Memorial Luis Baquero” en el pasado año 2023. Se dice pronto, suena muy profundo, aunque su voz ya forma parte de la banda sonora de la Semana Santa de esta urbe. Gracias a su arte, cuenta con un amplio recorrido como pregonera en nuestra ciudad y en otros puntos de España, como también fuera de nuestras fronteras, habiendo sido embajadora de la Semana Santa sevillana en distintas capitales como Praga y Roma.
Entre sus prestigiosos reconocimientos, cabe mencionar que es Saeta Nacional de Oro de COPE, como comunicadora y por su vinculación con la radio, participando en programas de radio cofrades y presentando espacios en Radio Sevilla Cadena SER, COPE y RNE.
De dónde le viene su evidente pasión por la Semana Santa?
De familia y desde muy pequeña. Tenía siete hermanos varones y ellos participaban en la Semana Santa pero, en aquel momento, había un gran inconveniente, los hombres podían acudir a la hermandad y participar en todo, las mujeres no.
¿Cómo fueron sus orígenes como saetera?
Vivíamos frente a la capilla del Baratillo, lugar donde podía ver a los niños ayudar y yo quería estar ahí. Se lo decía a mis padres, pero mi padre, un buen hombre, me decía que las mujeres tenían que estar en casa. Mi madre me decía que yo era un rabo de lagartija, un huracán y, cuando ya fui un poco más mayor, que era una sabionda. Siempre hacía preguntas sin respuestas. La primera hermandad de la familia era la de Santa Cruz, mi padre era el secretario y mi hermano nazareno. Cuando tenía doce años, cantaba en casa una copla llamada “La novia de Reverte”. Siempre he sido tímida. He ocultado mi timidez mostrándome ante el público. Todo surgió una noche del año 1948 en la que salimos toda la familia y me quedé impresionada al escuchar a “la Niña de la Alfalfa”. En ese momento, le pregunté a mi padre si las niñas podíamos cantar saetas y respondió afirmativamente. Entonces, le dije que al día siguiente iba a cantar yo. Llegué a mi casa, puse el disco de “la Niña de la Alfalfa” para aprender y, al día siguiente, con mi propia letra, salí y canté.
¿Cómo fue ese comienzo teniendo en cuenta las reticencias de la época siendo mujer?
Fue aquella noche cuando rompí con todo para entrar en el mundo de las hermandades, yo quería ser algo más. Fue un estruendo tremendo. Mi padre pensaba que era una fiebre que me había entrado, pero no, así que me dijo “si lo que quieres es entrar en el mundo de las hermandades y cofradías, hazlo con todas las consecuencias, porque es un mundo, y por tu condición de mujer te queda mucho por llorar”. Efectivamente, así fue, pero lo conseguí. Debido a todas esas complicaciones que tenía la mujer en aquella época, una antropóloga ha escrito un libro sobre mí.
¿Por qué no sigue siendo conocida como “la Niña del Relojero”?
Me llamaban “la Niña del Relojero” desde aquella noche, porque preguntaron quién había cantado y me identificaron así por la profesión de mi padre. También me llamaban “la chiquilla de Yruela”. Recuerdo que llegué a decirle a mi padre que, algún día, lo reconocerían a él como “el padre de Angelita Yruela” y a mi hermano como “el hermano de Angelita Yruela”, (sonríe).
¿Cómo aprendió sobre saetas?
Soy autodidacta por completo. He hecho de todo, he escrito de todo, he trabajado en radio y sigo; hasta he dado conferencias en los pueblos y he cantado villancicos con mi guitarra. Me gusta todo lo relacionado con la comunicación. He aprendido que las saetas se clasifican en narrativas, explicativas y afectivas, a lo que añado, dolorosas. Hay algunas que duelen mucho. He buscado en libros antiguos, he investigado mucho.
Respecto a sus letras, ¿quién las escribió? ¿qué opina de las actuales?
Yo escribo saetas y las he cantado desde su raíz. Lo que se escucha a día de hoy está muy desvirtuado, lo que se canta es flamenco. La saeta viene de sagita, flecha. Según la RAE, es flecha, dardo o arma arrojadiza que se dispara. Una copla breve y sentenciosa que para excitar a la devoción popular se canta al paso de las imágenes de la Semana Santa, ¿qué tiene eso que ver con el flamenco? Siempre he discutido mucho con los flamencos, porque el flamenco se ha hecho dueño de las saetas.
¿Cuál sería su consejo para alguien que quiera seguir sus pasos como saetera?
La importancia del mensaje. Yo le diría que cuide muchísimo la letra, es fundamental.
¿Es cierto que siente y sintió una conexión especial con los costaleros?
Es cierto. En aquella esquina de Santa Cruz, me vinculé con los costaleros. Me enamoré del trabajo de ellos cuando me di cuenta que, mientras yo estaba cantando, levantaron el paso. Les he cantado mucho y he sido madrina de ocho cuadrillas de costaleros, “yo iba de niña saetera y tú ibas de costalero”.
¿Qué sintió al recibir la Medalla de Oro y el título de Hija Predilecta de Sevilla?
Yo siempre pensaba que se lo daban a todo el mundo, menos a mí. A día de hoy, cuento con distinciones muy bonitas y especiales como estas, además de otras como Premio Saeta de Málaga en el año 75, pregones de El Rocío o la Saeta Nacional de Oro de COPE. En COPE me siento como en casa.
¿Desde cuándo no canta? y, después, ¿cómo ha sido su trayectoria?
Cuando falleció mi marido hace 28 años, dejé los balcones. Se me abrieron otras puertas como pregonera de Semana Santa. Lo bueno es que me casé con el hombre ideal porque nunca me quitó un capricho, nos sentamos a hablar cuando vinimos del viaje de novios y le dije que necesitaba mi espacio para escribir, para la radio, para mis tertulias y mis poesías, lo entendió perfectamente. Nos hemos respetado siempre. Fue tan elegante y educado que se murió dejándome con buena edad para abrirme puertas y fronteras. Cuando falleció, el padre Javier me dijo “la fachá blanqueá aunque la casa esté en ruinas por dentro”. Y así, continué, me vinculé a Madrid, empecé a colaborar en Canal Sur… Mi día a día, también es estar aquí como voluntaria de la Hermandad de la Redención en la iglesia de Santiago.
Texto: Carlota Acuña Ruano
Fotos: Gerardo Morillo